jueves, junio 24, 2004

DOMINGA Y MILES MÁS

El miércoles recién pasado mientras veía por HBO Olé "Discovering Dominga"*, muchos demonios, temores y dolores volvieron del pasado para tomar forma y ser otra vez reales en este país mío, desde el borde del sillón en que me encontraba con el corazón palpitante y la respiración contenida.

Nací en 1952, durante el Gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, democráticamente electo. En 1954, el Movimiento de Liberación Nacional -ultraderechista- apoyado por EEUU, derrocó este gobierno y se inició la persecución y exterminio de todos aquellos que no militaran en sus filas. Mi padre y tíos tuvieron que salir del país, exiliados, y después de un año, mi madre y yo los alcanzamos en México. Un año después pudimos regresar a Guatemala. Crecí entre dos corrientes: la familia de mi madre, de ultra derecha y la de mi padre, socialista.

Estudié en un colegio católico, aunque vanguardista. Las monjas coordinaban y administraban un programa, "Operación Uspantán", llamado así porque se desarrollaba en el municipio de este nombre, en el noroccidente del país. Un área rural, casi en su totalidad, con mayoría de población indígena. Se trataba de llegar a las diferentes aldeas y trabajar durante casi dos meses de las vacaciones de fin de año escolar (que acá coinciden con el fin de año); se alfabetizaba, evangelizaba, se trabajaba con las mujeres en el área de higiene y cuidado de los niños, llevábamos medicinas y me tocó atender un pequeño puesto de salud en el que se veían los casos más increíbles pero que, generalmente, se trasladaban al puesto de salud de San Miguel Uspantán si nuestro poco conocimiento de primeros auxilios se veía desbordado. Fue un contacto directo -y que me cimbró de pies a cabeza- con la realidad de mi país, no con lo que en la ciudad se piensa que es la realidad. Después de esa experiencia y habiendo culminado mis estudios, empecé a trabajar en un banco.

Las condiciones laborales que en 1944 tuvieron un giro positivo con la visión y corriente de la Revolución de Octubre, después del golpe de estado de 1954 a Jacobo Árbenz, retrocedieron y sus leyes fueron violadas una y otra vez sin que nadie pudiera -o quisiera- cambiar este estado de cosas. Se irrespetó el pago del salario mínimo en el campo -de un nivel irrisorio- y se volvió a las viejas prácticas de un casi esclavismo. Los millones de dólares siguieron danzando, pero para las cuentas de los mismos y muy pocos de siempre: caficultores, azucareros, algodoneros, ganaderos. Y en la ciudad, los industriales más antañones.

Corrían los años 70's. Por supuesto, todos los gobiernos en Guatemala habían sido "electos" democráticamente... pero no siempre el que ganaba las elecciones era el que gobernaba. En Guatemala se vivía, desde 1963, una guerra de guerrillas que cada vez era más cruenta. Sobre todo en el interior del país. El movimiento sindical guatemalteco reconoció la necesidad de accionar y fue así como, en muchos casos, con la ayuda del IADSL (Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre) o la CTG (Central de Trabajadores de Guatemala) se capacitó a miles de trabajadores para que pudieran defender los derechos ya obtenidos o trabajar para mejorar las condiciones laborales de ese momento.

Mi vena paterna se hizo patente. Y me afilié al sindicato de trabajadores de mi lugar de trabajo, habiendo sido capacitada durante 6 años para poder llegar a ser dirigente en su momento. Éste llegó en 1978, durante el gobierno de Lucas García, cuando la represión en Guatemala era la más espantosa y sangrienta de su historia.

Paralelamente a mi trabajo en el banco, empecé a levantar textos para un grupo de sacerdotes y profesionales que trabajaban directamente con comunidades indígenas en el interior del país. Si como dirigente sindical sabía de los horrores de caer en manos de la policía o el ejército de mi país, con estos textos mi conciencia creció y se llenó de pavor. Decenas de miles de personas fueron masacradas. Poblaciones enteras quemadas. Mujeres, ancianos y niños asesinados sin la más mínima conciencia, sin empacho. Es más, con la peor de las sañas. Puedo verme otra vez, a mis 20 y tantos años, leyendo horrorizada y mecanografiando con temor pero al mismo tiempo con furia, todas las verdades que quedaron bajo tierra durante muchos años.

Guatemala no puede -ni debe- olvidar su pasado. Menos que nunca ahora que todo el horror parece levantarse de entre las cenizas del olvido, entre todos los muertos nuestros. No existe NI UN SOLO guatemalteco, ni uno solo, que no tenga un pariente, un amigo, un compañero de trabajo, un conocido cercano, desaparecido o asesinado por esta locura represiva. ¿Cómo podemos hablar de perdón si vimos asesinar a nuestros padres, nuestros hijos, nuestros maridos o mujeres? ¿Podríamos cerrar los ojos y dormir tranquilos si hubiésemos visto quemar viva a nuestra familia? ¿O violar a nuestras hijas por todo un batallón, para después ser traspadas por muchas bayonetas? Necesitamos justicia. Y, con ella, eliminar la impunidad.

Y estos fueron los demonios que Discovering Dominga trajeron a mi alma. No puedo, como ser humana, como mujer, como guatemalteca, legar a mis descendientes un comportamiento de acomodamiento y tibieza. Nuestra historia ha costado muchas vidas.

http://www.fut.es/~fqi_sp02/nunca_sp.htm
http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/report/spanish/toc.html

* Documental acerca de una sobreviviente de la masacre de Río Negro, en 1982, durante el gobierno de facto de Efraín Ríos Montt.

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