jueves, junio 24, 2004

Las diferencias enormes

La situación guerrillera entre uno y otro país, es diferente.

Por lo que he podido aprender de ustedes a través de todo lo que ha pasado por mis ojos, aparentemente la sociedad uruguaya no tenía razones reales de fondo, sociales o humanas, para iniciar una guerra de guerrillas. Al menos eso creo por lo que he leído. He aprendido que son una sociedad culta, preparada, que contaba con un alto nivel de vida, quizás el mejor de América Latina.

En mi país no es así. Y no es que esté de acuerdo con la violencia, con el terrorismo o los abusos. Pero acá sí se moría de hambre -en algunos lugares, se muere todavía- se mataba a la gente porque se le consideraba menos valiosa que un chucho*, en fin, largo de contar.

No soy capitalista feroz, creo que el que trabaja debe tener de acuerdo con su esfuerzo. Pero en esta tierra mía eso vale un cuerno; acá muchas personas se matan trabajando pero algunos todavía se mueren de hambre, la ignorancia MANTENIDA COMO UNA POLÍTICA DE ESTADO durante muchos decenios no había permitido que la gente pensara por sí misma. Ha sido recién ahora, después de los 30 años de guerra interna y de la firma de la paz "firme y duradera" (espero que así sea), que los pobres de este país mío han encontrado el camino: HAY QUE TERMINAR CON LA IGNORANCIA Y ESTAR ORGANIZADOS. Y no en guerrillas, que de eso nadie quiere saber, sino como comerciantes, agricultores, artesanos, exportadores...

Nuestra tierra tiene movimiento. Altas montañas, intensas cordilleras azules que tocan las nubes. Abajo los valles fértiles, sembrados del verde esmeralda de la caña de azúcar, azulados por los tallos de cebolla, amarillos por la flor del frijol negro, dorados por las espigas de trigo. En esta tierra mía, el que siembra, cosecha. Y si vas al altiplano, verás desde las cumbres las infinitas colchas de retazos en todos los verdes, que cubren montañas y valles... Son los minifundios, cuidados y hechos productivos a costa del sudor agridulce del amor a la tierra y de la necesidad de matar el hambre.

Pero hay otras tierras. Las inmensas, las grandes extensiones, los latifundios. Aquellos que son usados para nada, que sólo representan dígitos en algunos estados financieros, que suman en la vanidad y la codicia. Tierras en las que si sembrás una piedra, te retoña, porque su fertilidad no tiene parangón. Pero están ociosas, dormidas, cansadas de descansar. Y alguien, en algún momento, habrá de despertarlas a azadonazos, con picos y palas, con arados y manos. Ese es el destino de nuestra tierra, en que los que tienen mucho -demasiado- compartan con los que no tienen nada. Pero no por la fuerza, no porque venga un sistema y les robe lo que les pertenece, sino porque se haga conciencia y los que no tienen puedan pedir y les sea dado con justicia, como los que tienen de más reciban el precio justo de lo que darán. Porque los que ahora mueren de hambre, los que se secan en sus huesos frente a la indiferencia de los achichincles de turno, serán los últimos de nuestra historia.

La vida es acción y reacción. No existe el dos, sin que antes existiera el uno. Los sindicatos se formaron para defender derechos laborales, para afirmar el valor del trabajo ante la explotación (y que conste que no estoy usando palabras nomás, no deseo sonar vacía y demagógica). De igual manera, como los médicos acuden ante la enfermedad, algunas cosas han ocurrido como reacción a vicios y excesos de la humanidad.

Estoy segura que si no hubiésemos pasado por todas nuestras dolorosas experiencias, nada de lo que estamos viviendo hoy estaría sucediendo. Nos habríamos quedado suspendidos en el tiempo, en la época de la colonia española: arriba, los ladinos. Abajo de sus botas, los indígenas. Hay mucha gente a la que ese sistema le conviene y le gusta. Pero no más. Es tiempo de cambiar. Y estamos en el camino.

Doy fe.

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