domingo, junio 06, 2004

EN DOMINGO NUNCA MÁS

Los domingos de ahora han perdido el encanto de nuestros domingos infantiles. Esperábamos gustosas el poder levantarnos un poco más tarde y en cuanto papá despertaba, íbamos todos juntos a desayunar. Después de eso, el jolgorio del baño, vestirse y peinarse, con la ilusión de salir a almorzar a la casa de los abuelos, eran parte de la fiesta.

Usábamos nuestros vestidos de domingo -de organza o algodón- con sus lindos fustanes, en juego con calcetines blancos con bordados de flores y pequeños insectos de colores, zapatos blancos en la temporada seca y de charol negro y brillante durante la lluviosa. Mi viejo se ponía una guayabera blanca y mamá igualmente sencilla, linda y radiante. Al filo del medio día, salíamos para el almuerzo en el carrito Datsun de papá.

Todavía puedo sentir las cosquillas en la boca del estómago cuando recuerdo la sensación de entrar a la casa de nuestros abuelos, Api y Quito. La sala enorme, con su brillante piso rojo, que hacía contraste con la luminosidad que entraba a la sala por su amplia puerta de vidrio con marcos de madera torneada que daba al corredor que rodeaba el patio lleno de macetas y jardineras, con el lindo búcaro de piedra coronado por confeti y buganvilias, en donde habitaban unos bichitos amarillo y negro que el abuelito llamaba toritos.

Al almuerzo también llegaban el hermano de mamá -tío Paco y su familia- y mientras todos tomaban unos whiskies o fumaban un cigarrillo, el almuerzo se terminaba de cocinar bajo la vigilancia de mi abuela. Al fondo, el programa dominical de marimba hacía que, finalmente, se decidiera mi abuelo a invitar a mi abuela a bailar un 6 X 8*, seguidos por mamá y el tío Paco, mientras papá y la tía Ruth, a quienes no les gustaba bailar, los esperaban sentados conversando. Al poco rato cambiaban de pareja, para que luego el abuelo me hiciera seguirlo al baile poniendo mis pies sobre los suyos hasta lograr coordinar mis movimientos torpes con el ritmo de la música.

Después pasábamos todos al comedor, en donde Api servía los platos empezando por el de su marido y terminando con los de los niños. A pesar de que me permitían acompañarlos en la mesa grande, no podía interrumpir la conversación y la palabra sólo me era concedida si uno de los adultos se dirigía directamente a mí. Sin embargo, nunca me sentí fuera de lugar o agredida, era suficiente felicidad para mí escucharlos conversar, reír o entristecerme junto con ellos y aprender cosas nuevas.

Ahora visito a mamá cada domingo en el barrio en donde vive con mis hermanas, muy lejano de mi casa. No usamos más vestidos de domingo, es suficiente un pantalón vaquero con cualquier cosa por encima y nadie cocina especialmente nada; todos pensamos en descansar del corre-corre semanal, para llegar al final, al mismo descanso de mis otros amores... soñando el sueño eterno.

*6 X 8, ritmo tradicional guatemalteco, también llamado guarimba

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