miércoles, junio 30, 2004

Un dandy, ¡qué se entiende!

Todavía puedo escuchar el sonido del llavero cuando caía desde su mano, suspendido por la cadena de plata que pendía del cinturón de cuero negro. Siempre llegaba a la misma hora, puntual, a las 12:00. Entraba sin mediar palabra, se quitaba el sombrero y lo colocaba en el paragüero del hall -un lindo mueble de madera rubia, con ganchos de bronce para colocar los sombreros y los abrigos, además del recipiente de latón en el pie para colocar los paraguas mojados- y se dirigía al dormitorio de ella, para saludarla con infinita dulzura. El enfisema pulmonar la tenía atada a la cama y no se levantaba más.

Él nació cuando el siglo XIX moría. Fue educado como un dandy, su vida de niño y adolescente no tuvo complicaciones económicas; siendo un joven ya, sus horas se repartían entre la administración de las fincas de su madre y las visitas al club social por las noches, mostrando cuán hábil era para bailar el valz, compartir con sus amigos y hablar de fútbol, una de sus pasiones, que también jugaba semiprofesionalmente. Era un hombre elegante, vestía con exquisito gusto y su atractivo físico era pronunciado por su gentileza y caballerosidad.

Cuando se enamoraron, decidieron casarse y tener hijos, pensaron que lo mejor era mudarse al campo. Se entregó a hacer rendir las cosechas y ver crecer las siembras; y cuentan que no hubo en ese tiempo caña de azúcar tan desarrollada y tan de buena calidad como las que salieron de sus manos. Sabía de café como nadie en el territorio y sus conocimientos para la siembra y cosecha del grano todavía se aplican. Y cuando la United Fruit Company llegó al país, también se entusiasmó con la producción de bananos.

Sin embargo, soñaba con el desarrollo y crecimiento urbano en la zona y algunos barrios del pequeño pueblo de entonces -hoy una ciudad llena de vida comercial y agropecuaria- fueron fundados debido a su generosidad y espíritu visionario.

Padre tierno y amoroso, inclinado a tener cerca a su familia, se convirtió en abuelo mimoso e infatigable guía. Todo lo que sabía de historia -vivida y aprendida- lo trasladó sin egoísmos; las calles, avenidas, situaciones, experiencias, todo lo bueno o no tan bueno que se vivió en el país y en lo que hubiera estado relacionada su familia o él mismo, lo sabía y lo contaba.

El campo no fue tan campo como en sus palabras y nadie conocía tan a fondo el comportamiento de plantas y animales como él.

Siempre usó pantalón, camisa y sombrero caqui mientras trabajó en la costa, aunque se adaptaba muy bien a los ternos de casimir oscuros, con sombrero del mismo color haciendo juego con la corbata, que en ese tiempo sólo se usaban camisas blancas. Los zapatos impecables, el bastón en la mano derecha y la eterna cadena de plata de donde colgaban las mismas llaves de su felicidad, asomándose discretamente por el bolsillo.

Ese era mi abuelo. De él escuché las primeras maravillas de mi tierra, de él aprendí que como dama debo esperar que los hombres sean caballeros, y comprendí que el amor está más allá de lo físico y material.

Mis pies de niña sobre los suyos, aprendiendo a bailar, se transformaron en mis huellas sobre las suyas, pretendiendo seguir sus pasos en la vida.

Es mi homenaje a mi abuelo Quito. La fuente de ternura y disciplina más enorme que conocí.

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